Diez películas, diez días y una revelación cuando ellas sostienen las cámaras: Anécdotas del FIRA 2025 TANDIL ARGENTINA.
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- 9 oct
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POR FERMIN ALVARADO

El pasado 15 de septiembre dio comienzo la edición 2025 del Festival de Realización Cinematográfica en Tandil, Argentina, donde diez películas se filmarían en diez días. Solo una de ellas sería dirigida, producida, fotografiada, vestida y registrada por mujeres.
En mi corta carrera he participado en numerosos cortometrajes universitarios en distintos departamentos y puestos, principalmente en las áreas de dirección y producción. He sido extra en un largometraje y también me he encargado de la distribución de un par de obras. Curiosamente —y afortunadamente— siempre he estado rodeado de mujeres: la primera vez que dirigí, todas las jefas de área eran mujeres; en la tesis fílmica con la que me graduaré (en la que participé fuera de set) también; y la película donde tuve oportunidad de aparecer fue dirigida por una mujer.
Sin embargo, nunca había trabajado en un proyecto hecho por y para mujeres. ¿A qué me refiero? A una producción donde el mensaje, las decisiones y la ejecución provienen enteramente de una mirada femenina. Dejando de lado los aspectos técnicos o artísticos, cada gesto y decisión estaban impregnados de una sensibilidad intensamente femenina y tangible.

Cuando hablo de esa “huella femenina”, me refiero a algo que he comprendido con los años. En los últimos cuatro años he visto producirse decenas de cortometrajes y materiales audiovisuales que, aunque diversos en temática, suelen estar contados desde la mirada masculina (incluso cuando los dirige una mujer). ¿Por qué ocurre? Porque el contexto de producción responde a estructuras tradicionales: asesores o maestros que piden recortar escenas, compañeros de crew que opinan o influyen en el resultado final… Pero en esta ocasión fue distinto: tres mujeres mexicanas viajaron a Tandil para realizar el proyecto que mencioné al inicio. Se unieron a otras diez mujeres argentinas y bolivianas para crear una obra colectiva.
Como algo poco común (al menos en mi experiencia), tres hombres participamos como asistentes, y fue ahí donde las diferencias se hicieron notar: desde cómo se convocaba al set hasta la manera de pedir las cosas o resolver conflictos. En todo el rodaje, la asistente de dirección nunca gritó, regañó ni negó una toma de forma hostil. A veces pensaba: “Yo pondría más presión”. Pero, ¿presión para qué? Sabemos que los rodajes suelen ser caldo de cultivo para el estrés, y una actitud agresiva puede generar un efecto mariposa contraproducente. Aunque aún tengo mis reservas sobre ciertos métodos, aplaudo y replicaré lo aprendido al ver trabajar a esa asistente de dirección.
La mirada femenina —y el cine femenino— buscan otras cosas. No se trata de quién es más fuerte ni de quién logra las explosiones más grandes. En mi opinión, explora lo íntimo, lo cotidiano, y lo vuelve extraordinario.
La controversia surge cuando no hay hombres con voz o voto en las decisiones importantes y solo nos corresponde obedecer. Incluso el más aliado o deconstruido puede sentirse incómodo. Estamos tan habituados a dinámicas masculinas donde la autoridad se asocia a la dureza o la violencia, que un liderazgo empático puede parecernos ineficiente. Nada más lejos de la realidad. Este rodaje rompió con décadas de aprendizaje sobre cómo “debe” hacerse cine. Sí puede haber autoridad sin gritos, dirección sin presión, y resultados poderosos desde el respeto.
Aunque soy un hombre gay comprometido con temas sociales y activismo, no me considero feminista, porque el movimiento es por y para las mujeres. Aun así, comparto muchos de sus ideales. Negar que fui criado en una cultura machista sería tapar el sol con un dedo. Tanto hombres como mujeres en México —y diría que en gran parte de Latinoamérica— crecemos con ciertos estigmas. Por eso, cuando en el set se decía “chicas atentas, se va a tirar” o “morras, preparadas”, los hombres nos preguntábamos por qué se hablaba en femenino.
Y ahí tuve una revelación. En cualquier contexto, si hay ocho hombres y dos mujeres, se habla en masculino. Pero si hay ocho mujeres y dos hombres, también se habla en masculino. Entonces, ¿por qué nos incomodaba tanto que el plural fuera femenino? Recordé mi infancia: cuando mis compañeros se dirigían a mí en femenino como burla por ser visiblemente queer. Tal vez por eso me tocaba más hondo. Pero a los colegas heterosexuales también les costaba, porque no estamos acostumbrados a la dominancia femenina en el set. No es lo mismo tener una cinefotógrafa o una sonidista que estar en un entorno mayoritariamente femenino, donde la dinámica cambia por completo.

Fue una experiencia increíble. Llegué a tener conversaciones con mis compañeros varones donde discutíamos qué haríamos distinto. Pero con el paso de los días, todos esos argumentos se fueron cayendo, porque entendimos que no se trata de medir fuerzas, sino de colaborar. Los gritos o los malos tratos no son autoridad: son violencia. Y presenciar esa armonía fue una lección profunda.
No pretendo generalizar —cada mujer tiene su propia forma de trabajar—, pero sí quiero evidenciar las distintas maneras de crear y la misoginia que aún persiste en la producción cinematográfica. El festival hizo historia al concebir la creación de diez obras cinematográficas, y estaremos siempre agradecidos por eso.
Esta experiencia nos invita, sobre todo a los hombres involucrados, a seguir deconstruyéndonos. Agradezco profundamente la oportunidad que tuvimos al trabajar con el guion de Alina Darlen Pulido, una cineasta brillante que no dejó de sorprenderme un solo segundo.
Al preguntar sobre la falta de representación femenina en cargos de dirección, se me explicó que fue una cuestión de participación: no se postularon suficientes mujeres. El festival invita a que en futuras ediciones haya más presencia femenina en esa área. Lo mismo ocurría en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, donde a veces eran seleccionados más hombres que mujeres, lo cual llevó a revisar los procesos hasta tres veces. Creo que el FIRA podría hacer algo similar: no porque los hombres hagan mejores películas, sino porque hay más películas dirigidas por hombres.
Durante un siglo, los varones dominaron la industria cinematográfica, y aunque las cosas están cambiando, aún hay mucho por hacer. No fue que solo Alina postulara un guion, pero sí fue la única seleccionada, y quizá los demás proyectos no coincidían con las dinámicas del festival. Aun así, creo que vale la pena insistir en una paridad real: fomentar una proporción equitativa entre proyectos dirigidos por mujeres y hombres.

Invito a las cineastas latinoamericanas incluso a los compañeros queers peretenecientes a las distintas sedes de los clusters audivisuales de latinoamerica a mandar sus guiones, a llenar los festivales con su mirada. El cine independiente necesita esa sensibilidad que tanto me deslumbró y que, estoy seguro, podría transformar a muchos más compañeros.
Finalmente, agradezco a la comisión de esta edición del festival por su labor titánica al reunir a tantos cineastas y sueños, y por demostrarnos que las narrativas diversas son el futuro del cine comunitario.





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